El papel de la persona adulta es uno de los temas pedagógicos que nos traen más de cabeza en el ámbito educativo. En la escuela, esto es algo que nos ocupa horas y horas de conversaciones y de formaciones, es un tema transversal, global e imprescindible, tratemos el tema que tratemos, vamos a ir a parar al papel de la persona adulta. Qué hacemos, cómo lo hacemos, para qué lo hacemos y sobre todo desde qué mirada sobre la infancia y cómo va a influir nuestra presencia y nuestra acción en las criaturas y en las propias dinámicas del grupo.

No es un tema que pueda tener un fin, la tarea de educar y acompañar a la infancia requiere que sigamos elaborando esta cuestión, pero a su vez, necesitamos de bases firmes sobre las que apoyarnos, principios éticos y referentes rigurosos que nos aporten luz y conocimiento para no ir sin saber dónde pisamos y en constante desequilibrio. Las criaturas merecen profesionales responsables y formados/as.

Desde la pedagogía pikleriana, una pedagogía con casi ochenta años de recorrido atendiendo a la primera infancia, la persona adulta juega un papel muy distinto al que podemos estar acostumbradas, desde la pedagogía pikleriana la educadora o persona adulta no está preparando actividades constantemente, ni dando órdenes, ni guiando a las criaturas en su juego y actividad. Es una persona que procura adaptarse al ritmo de la criatura, es una persona observadora, que dedica tiempo y presencia a los cuidados cotidianos como cambiar al pañal, dar de comer, poner una chaqueta o limpiar unos mocos. Es una persona que no apresura a las criaturas ni en su día a día ni en su desarrollo, porque sabe que lo que necesita una criatura para crecer de forma saludable y equilibrada es un vínculo asegurador y el tiempo suficiente dentro de unas condiciones pertinentes para poder hacer por sí misma, vivenciando sus propias emociones y su capacidad de hacer.

La educadora pikleriana, sabe que la construcción de un vínculo asegurador y positivo es imprescindible para que la criatura pueda crecer y desarrollarse sintiéndose valorada y capaz, por lo que busca vincularse durante los momentos de cuidados cotidianos a través de establecer una relación íntima y privilegiada y a su vez, promoverá la actividad autónoma preparando el espacio, los materiales y un mobiliario pertinente, pero sin entrometerse en los proyectos de acción que los y las infantes desarrollan.

Es una forma distinta de hacer presencia. La presencia se construye durante los cuidados cotidianos para que la criatura sepa, durante su actividad libre y autónoma, que hay una persona adulta presente y disponible que confía en sus capacidades y que no se entromete en sus proyectos de acción.

No pienses que es una tarea sencilla, podrá parecer a veces que la profesional no hace nada, pero no es así, hacer presencia, una presencia verdaderamente aseguradora que le permita a la criatura desplegar sus capacidades es un tarea sutil y complicada, pero ver crecer así a esta primera infancia es mucho más satisfactorio y da un valor muy distinto a nuestra labor cotidiana.

¿Cómo se ejerce, entonces, esta forma de presencia?

Durante los cuidados cotidianos el/la adulta marca los objetivos y los límites, pero siempre de forma dialogada y buscando la cooperación con la criatura.

Durante la actividad autónoma la criatura marca sus propios objetivos y la persona adulta prepara, media y preserva el espacio, los materiales y las relaciones que allí se dan.

Llegados a este punto, es importante subrayar cómo la actividad autónoma y los cuidados cotidianos funcionan como un todo que, aunque los podemos estudiar de forma diferenciada, se contemplan de forma global en la vida cotidiana durante estos primeros años de vida, no podemos entender lo uno sin lo otro.

Me explico, los cuidados cotidianos, cuando son de calidad y desde una atención plena de la persona adulta, permiten que el/la infante se vincule e integre la presencia de esta persona adulta, y esta presencia es la base segura sobre la que la criatura se apoya para desplegar sus capacidades a través de la actividad autónoma (juego y movimiento).

No es que la criatura que se sumerge en su juego no necesite a la persona adulta, es que la lleva consigo, la ha integrado y esto le permite encontrarse consigo misma y con la experiencia del mundo, le permite gestionar sus deseos, necesidades y frustraciones. Entonces esta persona puede permanecer cerca sin necesidad de entrometerse.

Durante los cuidados cotidianos la persona adulta anticipa, describe, dialoga, busca la cooperación de la criatura y trabaja la toma de conciencia y la atención, pero en ningún caso esta cooperación es obligada o forzada, la criatura es libre de decidir cooperar o no hacerlo. Esto no quiere decir que le de igual si no coopera, debe conocer a la criatura e ir a su encuentro, trabajar el vínculo y la relación para que esta pueda ser realmente aseguradora y la criatura se sienta atendida, valorada y aceptadade esta forma y por propia iniciativa, la criatura se sentirá competente y podrá cooperar con alegría. La alegría de crecer y relacionarse.

Durante la actividad autónoma la persona adulta está presente, pero acostumbra a realizar otras tareas, se ocupa de los cuidados cotidianos de las otras criaturas, recoge el espacio y media entre ellos y ellas cuando hay alguna situación difícil. En estos casos la persona adulta no juzga ni moraliza, procura ofrecer recursos para que ellas mismas encuentren la salida a la situación y recuperen el estado de paz. La educadora prepara el espacio, va recogiendo los materiales que no usan para que encuentren siempre un espacio cuidado que renueve su interés y las apoya verbalmente describiendo sus acciones para darles así valor, reconocimiento y conciencia de la propia acción. De esta forma, la criatura puede sumergirse en su propia actividad guiada por su voluntad y desplegando sus potencias a través de su capacidad para la acción y la autonomía.

En todos los casos, cuidados y actividad autónoma, la adulta apoya y dispone para que la criatura pueda desplegar sus capacidades con placer y alegría.

En ningún caso la persona adulta, desde la pedagogía pikleriana, tiene una actitud de «dejar hacer» ni tampoco una actitud autoritaria. Es una persona presente, disponible, pero como decía Emmi Pikler, es una presencia distinta, que no se entromete, que conoce a la criatura en sus capacidades, que no rehúye su responsabilidad en el cuidado de la primera infancia y que sabe de la importancia de un vínculo seguro y del desarrollo de la autonomía para que las criaturas crezcan de forma saludable, equilibrada y puedan encontrar su lugar en el mundo.

Romina Perez Toldi – coordinadora de la formación Acompañamiento Integral de la etapa 0-3 años