Lo cotidiano y común encierra lo más extraordinario.

Sin confundir el abandono con el permitir a una criatura el estar consigo misma, quiero hablar de cómo ese lugar en el que esa criatura se encuentra con su interior más sereno se puede convertir en el espacio donde experimentar la alegría de ser en su forma más intensa. Ese es el mismo lugar donde todxs podemos continuar creciendo. Ese es el lugar donde, si se preserva, cualquiera puede seguir haciéndose mayor, aprendiendo y conservando una conexión que va más allá de lo material.

Lxs niñxs experimentan ese espacio de forma innata a través del juego personal, propio y espontáneo. Ese juego surge cuando les permitimos moverse libremente en un entorno preparado y nutrido por lxs adultxs que se hacen cargo de cuidar lo más cotidiano y sencillo: los cuidados más comunes (cambio de pañal, baño o alimentación… pero también retirar de forma delicada los mocos o recoger los puños del jersey o el pantalón).

Y es que, sin ninguna duda, si la criatura es respetada en su juego y nutrida en lo común (que es extraordinario por el valor que encierra aquello que se repite constantemente), esta crece y se desarrolla preservando su mundo interno. De esta forma no se fragmenta, sino que integra sus posibilidades de ser: hacia fuera y hacia dentro.

Lxs adultxs debemos aprender a esperar de forma activa manteniendo a raya nuestros miedos.

Para ello, lxs adultxs que acompañamos hemos de saber interpretar las claves de este movimiento interno, pues también es movimiento (aunque no visible a grandes rasgos, sí al ojo experto y sutil que aprecia lo sencillo). Ha de saber esperar, pues cuando da tiempo para que la criatura responda, permite este movimiento interior de recreación de imágenes y de representaciones que da paso a lo simbólico y, muy posteriormente, a la abstracción.

En ocasiones, con la mejor de las intenciones, lxs adultxs esperamos que las respuestas sean rápidas porque si no lo son, tememos que algo esté mal. Tememos ese momento en el cual la criatura mira hacia dentro e, incluso, nos genera miedo “dejarla jugando a su aire” no sea que se sienta sola y yo sea una mala adulta acompañante.

Desde fuera siempre nos da miedo lo que no vemos y que no podemos controlar. Y tememos no llegar a lxs niñxs dejándoles solxs en su devenir cuando, en realidad, la soledad puede ser una oportunidad privilegiada para estar con unx mismx.

La soledad en nuestra sociedad y el terror que nos genera.

Tememos que lxs niñxs se sientan solxs porque la soledad, en nuestra sociedad, está penalizada. Es un mal a erradicar.

Algunxs sienten que la soledad es algo que se debe evitar cuando, en realidad, el sentido de la soledad puede ser mucho más amplio y puede contener, sin duda, la posibilidad de disfrutar de unx mismx.

Esto que unx pueda disfrutar de sí mismx es altamente curioso en nuestro entorno, sobre todo cuando hay todo tipo de entretenimientos para paliar esa conexión con nuestro propio ser. Si unx tiene miedo de reconocerse en el silencio del no hacer, tiene todas las posibilidades de ocio para perderse y no volver jamás a su isla interior. Y ese terror queda paliado.

El entorno educa y favorece o, por el contrario, impide la creación de un espacio interior: verbalizaciones, espacios y metodologías.

Ese terror que sentimos que es profundo y en ocasiones insondable se transmite a la infancia a través de nuestros valores educativos. Esos valores están presentes en todo, pues educar no es una labor profesional, es una labor vital. Porque la vida y vivir educa y por tanto, todo y todxs de modo intencional o no, educamos.

Todxs favorecemos o no el preservar ese espacio interno.

“No seas tímido”, “Explica lo que sientes”, “Pero, baila! Mira cómo lo hacen tus compañerxs”, “¿Te ha comido la lengua el gato?” y un largo etcétera de expresiones que provienen de una cultura mediterránea que exhorta a la expresividad, el histrionismo, el jaleo y el ruido. Esto se ha constituido como síntomas de salud y sociabilidad siendo lo opuesto (estar más adentro, pasar más desapercibidos o tomarse el tiempo necesario para mostrarse) indicadores de patología para muchxs tal y como ya desarrollé en un artículo que escribí titulado “El poder dels introvertits”.

No solo las expresiones condicionan sino que también condicionan los espacios. Las nuevas tendencias de espacios educativos que están en auge favorecen la transparencia, el movimiento constante, el ir y el venir, el empezar y el dejar; pero tienen un riesgo: dejar a un lado a todxs aquellxs que requieren espacios más cerrados, más silencio para pensar y, sobre todo, soledad y resguardo.

Los nuevos espacios educativos abiertos a horizontes, oportunidades y tan ricos para permitir la libertad de movimiento y de relación también se han de diseñar de modo que el movimiento interno sea permitido y se preserven sus condiciones. Pues si no es así, en muchos casos, muchas criaturas han de ser apartadas de ese movimiento que se extravierte sin límite, de forma expansiva, sin permitir que unx pueda volverse a integrar en sí mismx.

Del mismo modo que lxs adultxs , sometidxs a un constante pulso de estímulos externos nos perdemos o nos evadimos acabando agotadxs hasta la extenuación, hay niñxs a lxs que les cuesta mucho más recorrer el camino hacia su isla interna y buscan maneras de poder hacerlo: agreden a otrxs, se agreden a ellxs mismxs, se alienan o, incluso, caen en una compulsión de movimientos que, en ocasiones, se interpreta por lxs adultxs como una necesidad de expandirse y de moverse aún más cuando, en realidad, lo que necesitan es volver a ellxs mismxs.

Las nuevas tendencias educativas, en cuanto a lo metodológico, también incluyen los trabajos en equipo, la cooperación, el pensar en grupo… como recursos para enriquecer el aprendizaje. Y no a todxs nos conviene iniciar el trabajo en relación, sino que preferimos pensar individualmente para después compartir y, a otras personas, les va mejor lo contrario. ¿Y quién dice qué es lo correcto? Las criaturas sufren con las metodologías que solo contemplan ese pensar en grupo, sin contemplar primero la individualidad, porque no les favorece, no les incluye y, lo que es más importante, no les respeta; y esto les agota.

Por lo tanto, tal y como comenta acertadamente Verónica Antón en el articulo “La innovación pedagógica. Rincones, Proyectos, Ambientes. ¿Una moda? ¿Una nueva forma de nombrar las propuestas? ¿Un cambio profundo?” resulta muy necesario “un cambio de actitud, de mirada hacia los niños y las niñas, hacia una visión más profunda del mundo interno de las criaturas que permita acompañar este cambio tan grande que se está haciendo desde el “exterior” en coherencia con un cambio de acompañamiento del mundo “interior””.

Acoger y dar luz a la intraversión.

La intraversión, que es de lo que estamos hablando, es un rasgo de carácter que predomina en muchos de nosotrxs. Toma formas diversas y diferentes y no tiene nada que ver con ser antisocial o tener algún tipo de patología. Tampoco tiene relación con el autismo y ni tan solo con el hecho de querer ser ermitaño. Las personas con más porcentaje de intraversión que de extraversión en su carácter son personas que pueden sentir un profundo interés por las personas que les rodean, por aquello que hacen y por comprender su entorno. Pero se agotan más en la relación, se recargan pasando tiempo con ellxs mismxs y suelen ser personas que prefieren iniciar las cosas en soledad para después ser compartidas.

Por contra, la extraversión es un rasgo de carácter que hace tender al individuo hacia fuera. Se recarga en relación, necesita conectar con lxs otrxs para energizarse y prefiere iniciar las cosas conjuntamente para después hacerlas en soledad.

Pero la intraversión también es una capacidad, una posibilidad de recorrer el camino hasta nuestro interior para conectarnos con la alegría, como decía al inicio, de ser nosotrxs mismxs en soledad, nutridxs por nuestra propia esencia; una capacidad que conviene mantener preservada en la infancia y cultivarla en la vida adulta ya que es a partir de ella que conectamos también con la esencia de lo que nos hace humanxs. Es lo que preserva y fortalece nuestra individualidad.

Contemplarla, pues, favorece el respeto y la inclusión de una parte importante de las personas que habitamos el mundo, pero no solo eso… Una persona intravertida que no se conozca y niegue su naturaleza puede enfermar con facilidad. Del mismo modo, una persona extravertida, en el contexto social que nos envuelve, puede pasar años y años evadiendo su yo más interno y, por lo tanto, no solo enfermar sino perderse.

Del mismo modo que la relación con los demás nos puede ayudar a saber donde están nuestros propios límites, la relación con nosotrxs mismsx es la brújula que nos orienta en nuestras vidas: conviene no perderla no solo a nivel individual, sino también colectiva. Es una prevención necesaria para no repetir historias ya vividas en las que la individualidad se ha perdido en ideologías devastadoras, ha entregado su alma a ídolos de barro y ha permitido grandes barbaridades.

Preservar, proteger y favorecer la intraversión es la manera de garantizar que conservemos nuestro espíritu crítico como sociedad, nuestra capacidad de ser sujetos y, por supuesto, de experimentar una libertad particular a la par que responsable.

 

Isabel Rodríguez. Integrante del equipo de formadoras de Senda. Maestra de la escuela Congrés Indians, Barcelona.