La palabra “agresividad” tiene origen latino y etimológicamente está conformada por cuatro vocablos: el prefijo ad– que es sinónimo de “hacia”, el verbo gradior que puede traducirse como “andar o ir”, –ito que equivale a “relación activa” y finalmente el sufijo –dad que significa “cualidad”. Osea que sería «la cualidad de ir activamente hacia…».

La agresividad como pulsión de vida, es la energía vital que nos lleva hacia fuera, hacia el encuentro con el mundo.

La agresividad natural es la que le impulsa al/la bebé a nacer, a reptar por el vientre materno en busca del pecho, es la que necesita el/la bebé para succionar y nutrirse de la leche materna. También es la que le permite emitir sonidos, pequeñas señales que le dan a entender a su madre que necesita que le cambien de postura, o le permiten el llanto intenso para expresar su malestar, descargar tensión acumulada y volver a un estado de bienestar.

La agresividad natural es la base para comunicarnos con el mundo, para decirle al “afuera”, estamos aquí, existimos y necesitamos ser alimentados, cuidados, sostenidos.

 

El placer y el displacer al inicio de la vida marca nuestras experiencias futuras.

La cría humana nace totalmente dependiente de su entorno y el instinto de supervivencia se expresa a través de esta fuerza interna que instintivamente siente el/la bebé para ir “hacia el afuera” con su movimiento, con su voz, con sus demandas y cubrir así sus necesidades vitales.

El mundo de una criatura recién nacida se podría dividir en dos grandes experiencias, momentos de distensión, de apertura, de expansión y momentos de tensión o contracción de su cuerpo. El mundo interno del/la bebé se traduce en estados de bienestar o de malestar, estados que le abren o le cierran al mundo.

Del equilibrio entre el bienestar y el malestar, entre los momentos de tensión y de relajación se construirá en esta primera etapa de vida que se inicia ya en el vientre materno, el sentido de la confianza básica en el mundo. El mundo es un lugar seguro para abrirme, para explorarlo, para salir … o el mundo lo percibo como una fuente de tensión, de estímulos que no puedo digerir, que sobrepasan mi capacidad de asimilación, que me hacen contraerme para protegerme como respuesta a un miedo muy primario que responde a la necesidad de protección.

El/la bebé en el vientre materno ya experimenta este fluir entre tensión y distensión. Las vivencias de la madre en esa etapa, las vivencias durante el embarazo y durante el parto, el/la bebé las percibe, las experimenta y las vive en su cuerpo. Estas experiencias, registradas en el cuerpo, que podríamos llamar memorias corporales luego serán la base de todas nuestras experiencias posteriores.

La agresividad, energía que nos impulsa a «salir fuera» y comunicar nuestras necesidades es lo que nos permite crecer y desarrollarnos.

La agresividad natural es la energía de la vida, es el pulsar hacia cubrir las necesidades. Necesidades que son de supervivencia y que progresivamente también serán de desarrollo y crecimiento, de realización.

Inicialmente este impulso agresivo es lo que le permite a la criatura cubrir las necesidades básicas fisiológicas, pero también las necesidades en un sentido más amplio, que incluyen la necesidad de contacto, afecto, de seguridad y de exploración del entorno.

La criatura cuando llega al mundo progresivamente se descubre a sí misma y descubre su entorno. ¿Cómo lo hace? Principalmente a través de su cuerpo, de su movimiento… Descubre su mano porque la observa en movimiento, descubre el mundo que le rodea porque lo observa, lo experimenta. Se lleva a la boca todos los objetos que puede, los mueve, prueba su peso, su textura, sus sonidos, su temperatura… interactúa con ellos.

El movimiento le permite conocerse a sí mismx y progresivamente conocer su entorno. Mover sus extremidades, girarse, comenzar a desplazarse por sí mismx a través del gateo, conquistar la verticalidad y la marcha … son todas conquistas que nacen de este impulso de “ir hacia”, este impulso de vida, esta agresividad natural.

Más adelante, su impulso vital le llevará a explorar el mundo a través de su cuerpo saltando, corriendo, pateando una pelota, utilizando su fuerza corporal … pero también expresándose a través de su voz, gritando, llorando, manifestándose, comunicando.

La agresividad es la energía que le permite al/la niñx comunicar al mundo lo que necesita o ir hacia una acción que le permita directamente cubrir sus necesidades.

Y una necesidad muy importante de las criaturas es la exploración de sí mismas y de su entorno para conocer cómo funciona. Siguiendo la línea de pensamiento de Piaget, la inteligencia se construye a partir de la acción, de la exploración de los objetos, de la realidad, de la sensorialidad. Y en este sentido, este impulso de ir hacia el mundo es un impulso que le dará la energía de explorar y de comprender su realidad.

Cómo el mundo adulto interpreta la agresividad natural de las criaturas.

Es vital para el desarrollo afectivo, motor y cognitivo, que el entorno de las criaturas pueda reconocer este movimiento de “ir hacia el mundo” como un movimiento vital, sano, sin adjudicarle una “carga” de destructividad o violencia que no tiene.

Una de las funciones del/la adultx en la agresividad infantil natural es devolverle al/la niñx un sentido “bueno” de este impulso y ayudarle así, a aprender a regular su expresión o a transformarlo y/o ajustarlo cada vez más a la relación con el/la otrx. La criatura pequeña está en proceso de desarrollo, y durante su crecimiento desarrollará las herramientas internas que le ayudarán a regularse en la expresión de sus impulsos.

Es importante que el/la adultx reconozca la agresividad natural como el motor de la vida, acompañando este proceso y conquista de la autorregulación. Y en este camino de crecimiento, participará activamente limitando sí, cuando este impulso se desborde y pueda ser destructivo para sí mismx, para el/la otrx o para el entorno en el que se encuentra la criatura.

Acompañando como adultxs la evolución de la agresividad natural de las criaturas.

La expresión del mundo interno de las criaturas, que inicialmente está puesta en el cuerpo y en la acción poco a poco va a ir evolucionando hacia un lenguaje cada vez más simbólico, cada vez más ajustado y rico, que le permitirá progresivamente y de acuerdo a su momento evolutivo, expresarse con mayor claridad integrando el lenguje verbal al corporal.

De esta pulsión inicial, de este movimiento expansivo de «ir hacia fuera» que hablamos al inicio con el desarrollo afectivo y psicológico, la maduración, el crecimiento, las criaturas progresivamente van a pasar a expresiones cada vez más elaboradas y complejas.

Pasarán progresivamente de un impulso puesto inicialmente en el cuerpo a un lenguaje cada vez más simbólico y donde la acción puede dar paso a la palabra. Esto es, cuando una criatura frente a una situación de enfado, en lugar de pegar impulsivamente a la otra, es capaz de poner palabras a su malestar o a su emoción y comunicar lo que no le ha gustado o lo que necesita.

La psicomotricidad relacional, una gran herramienta para hacer evolucionar la agresividad en las criaturas.

La psicomotricidad relacional (de la escuela francesa de B. Aucouturier y A. Lapierre) ofrece un marco muy preparado para acoger la agresividad de lxs niñxs en cuanto a su descarga motora, movimiento, juego corporal.

Ofrece una teoría y metodología muy interesante y potente para que el/la adultx acompañe a que esta agresividad que en principio se observa como pulsión, pueda evolucionar hacia la simbolización a través del juego espontáneo en la sala de psicomotricidad.

Llevar el impulso agresivo hacia el terreno simbólico de juego y posteriormente hacia la representación a través de diversos lenguajes expresivos es una de las grandes riquezas de este marco de trabajo. Así la psicomotricidad es un gran camino que le permite a lxs niñxs ir de la acción externa a la acción interna (el pensamiento), desde el placer de hacer hacia el placer de pensar.

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