La muerte, al menos en nuestra cultura, es la «gran pérdida» para niños, niñas y adultos.
La forma de acompañar a los niños en los momentos en los que ellos se aproximan a esta experiencia vital será muy importante y les marcará para el resto de su vida.
El acompañamiento que podamos hacer dependerá principalmente de nuestras propias vivencias en relación a la muerte, pero también al proceso personal que podamos realizar ya como adultos para cambiar nuestros propios registros internos sobre estas primeras experiencias vitales.
Detecto mucha preocupación por parte de los maestros y también de los padres y las madres a la hora de acompañar a los niños en este tema. Escucho muchas veces que hay que “trabajar” estos temas con los niños, por ejemplo, leyéndoles cuentos sobre la muerte. Cada vez que escucho a maestros, pero sobretodo, a padres y madres explicando que “trabajan” en casa estos temas con sus hijos reflexiono sobre si es necesario “trabajar” con los niños o qué quiere decir esto de “trabajar” con los niños los temas. Confieso que no me siento cómoda con la expresión, me hace pensar en algo que implica una intencionalidad, una directividad y esto para algunas áreas de la vida pienso que es algo que limita y que transforma en artificial algo que forma parte de lo natural, de lo cotidiano y espontáneo de la vida. Estamos en un momento social-histórico de “pedagogización” de la maternidad, la paternidad, la crianza y la infancia.
También observo la dificultad para acompañar casi cualquier experiencia que implique sufrimiento o dolor. Muchas veces los adultos tenemos la idea de que la infancia tiene que ser una etapa de la vida donde solamente se transite por la alegría y que esto es la salud y la felicidad en un niño. Según esta visión, de todo lo demás que no sea alegría o placer le tendríamos que distraer, tendríamos que evitarle otras experiencias.
Desde la visión del acompañamiento emocional a niños y niñas desarrollada a partir de mi experiencia en el mundo de la Educación Libre, Activa y Viva y también a partir de la Gestalt y de otras perspectivas humanistas, cada una de las experiencias vitales y cada una de las emociones que sentimos en éstas, tiene que tener su espacio y su tiempo, cada una tiene su función.
Las emociones básicas, que son la alegría, la tristeza, el enfado y el miedo, necesitan ser vividas, transitadas, exploradas en profundidad para que las personas podamos acceder a un desarrollo emocional y a un mundo interno rico, pleno y profundo. Detrás de cada una de estas emociones hay una necesidad a cubrir, en el caso de la tristeza, la necesidad a cubrir es la de la elaboración de la pérdida o el duelo. Para esto necesitamos un tiempo de repliegue, de estar con nosotros mismos, y en el caso de los niños, estar acompañados por las personas en las que él confía y se apoya emocionalmente.
Al niño que no le dejamos vivir su tristeza, también le estaremos limitando la vivencia de su alegría. Es decir, cuando “recortamos” el mundo de las emociones displacenteras (no me gusta llamarles “negativas”) estamos suavizando todas las experiencias emocionales, también estamos limitando la vivencia de una alegría profunda.
La muerte forma parte de la vida, y como tal, es una experiencia más a transitar. Su vivencia le permitirá al niño comprender los ciclos vitales, la finitud de la vida. El dolor frente a la pérdida, la tristeza que normalmente acompaña en nuestra cultura a la experiencia de despedirnos de un ser querido en el plano corporal forma parte de nuestro registro emocional y lo enriquece. Por lo tanto, nunca será mejor alejarles de esta experiencia, sino más bien acompañarles a sentirla y a comprenderla emocionalmente.
Es interesante ajustar el acompañamiento que le damos al momento evolutivo en el que se encuentra el niño. No es lo mismo acompañar a un niño menor de 6 años, que tiene aún un pensamiento mágico y donde la emoción tiene muchísimo más peso que la comprensión intelectual, que hacerlo a un niño más grande, que además de sentir, necesita comprender intelectualmente qué sucede con la persona que muere, por ejemplo.
En el acompañamiento a este proceso también intervendrán otros elementos que son de mucha relevancia y que continuaré desarrollando en próximos escritos. Principalmente me refiero a la función y la creación de rituales significativos en donde los niños puedan participar y formar parte para elaborar las vivencias en torno a la muerte y las pérdidas.