La adaptación, un proceso propio de cada cambio vital

Cada etapa vital trae consigo para el y la niña y sus padres nuevos retos, conquistas, dificultades, frustraciones y satisfacciones. Aprendizajes para la vida.

En este artículo abordaré el tema de la entrada a la escuela (refiriéndome a la escuela infantil y primaria, a partir de los 3 años por lo general) y en qué sentido la escuela pública también puede llegar a ser un espacio en donde se acompañe a los niños respetando sus ritmos y procesos vitales contemplando el mundo de sus afectos y emociones.

Parto de considerar que el acompañamiento respetuoso es el que contempla los procesos vitales y ritmos del niño/a, aquel que promueve la construcción de vínculos seguros, estables y confiables en relación a sus adultos de referencia y esto es lo que le permite al niño/a crecer y desarrollarse desde un sentimiento profundo de confianza en sí mismo y en el mundo que le rodea.
 

La escuela infantil y primaria puede constituirse para los niños un espacio de continuidad para este desarrollo afectivo construido sobre la base de vínculos estables y seguros con adultos de referencia.

Esto se posibilita a partir de la experiencia del niño/a de separarse sin angustia (o con un monto mínimo y tolerable de angustia) de sus padres. Un espacio en donde el niño/a se encuentre una cierta cantidad de horas en un entorno cuidado, preparado para su momento vital, sus necesidades de exploración, en compañía de otros niños/as y de adultos que le acompañan en sus procesos.

Cuando el niño/a se separa de sus padres, vínculo primero y el más importante de su vida, hay un traspaso de la confianza a los adultos que le acompañamos en la escuela. Para que este traspaso de confianza del niño/a se realice es imprescindible que anteriormente sus padres hayan podido hacer este acto de confianza en nosotros como equipo, o como maestro/a que acompañará a su hijo/a en su “día a día” escolar. Este es el primer gran paso, que el niño/a y sus padres confíen en este adulto o en este conjunto de adultos que van a cuidar de él o ella el tiempo que no estén sus padres.
 

Es vital para que este traspaso de confianza se pueda dar con facilidad, que exista un período de tiempo en donde se comparta el espacio a “tres”, que convivan en el espacio los padres, los niños, niñas y los educadores o maestros.

Esta es la manera de aproximarse a ese “otro” adulto en un entorno seguro, es decir, cuando todavía los padres están cerca por si los necesita el niño. Y a su vez por parte del educador/a, también existe en ese momento la tranquilidad de poder construir el vínculo en base al placer compartido con el niño/a y no tanto por situarse como autoridad que pone límites y define lo que se puede y lo que no se puede hacer en el espacio. Estas primeras normas básicas de funcionamiento por lo general son mucho mejor acogidas por los niños y niñas cuando el maestro/a primero se las transmite a los padres y éstos son los que actúan como “portavoces” de estas normas con sus hijos/as.

Entonces en ese momento si los padres están presentes, son ellos los que marcarán los límites al niño/a y esto permite que la relación de éste con el educador se inicie más desde el placer que desde el displacer o la frustración. Un buen punto de partida desde el cual construir un vínculo seguro.

En estos primeros contactos del niño/a con su educador/a referente, el padre o la madre observan cómo es esa relación, cómo se aproximan mutuamente, como van cogiendo confianza a través del juego compartido, de la presentación del espacio de la escuela, de los materiales, juegos, otros niños, etc.

Una imagen importante para los padres en estos momentos tan especiales de la adaptación es cuando ellos ven cómo los adultos acompañamos a los niños y niñas que ya no están con sus papás o mamás.

En este tiempo que la familia está acompañando al niño/a en la escuela, los padres observan cómo les acompañamos, les cogemos en brazos, les validamos y permitimos expresar todo el abanico de posibilidades en relación a las emociones que se despliegan en el momento de la separación del niño y sus padres… desde la tranquilidad y alegría hasta la tristeza y el enfado.

Y hay tiempo para que cada uno exprese lo que necesita en ese momento, acompañar al papá o mamá hasta la puerta, despedirse desde la ventana, cada díada mamá-niño/a o papá-niño/a va construyendo sus pequeños rituales de despedida y el educador valida y acompaña al niño/a en estos pequeños rituales que le dan seguridad y confianza al momento de la separación.
 

En la observación y vivencia de estos procesos que cada niño/a va haciendo en sus propio período de adaptación se va tejiendo la confianza de sentir que cuando ellos no estén allí presentes, sus niños se quedarán bien acompañados.

Es tan importante la confianza del niño/a que se construye en este tiempo de la adaptación como la del padre y la madre hacia el educador y la escuela.

Esta posibilidad de acompañar las despedidas es posible cuando la escuela se plantea una entrada progresiva y relajada de las familias, si no, sería materialmente imposible acompañar cada uno de los procesos de los 25 niños de la clase. Si el margen de horario para entrar a la escuela es un poco más amplio y las familias pueden ir llegando de forma escalonada, también las despedidas y la salida de los padres del aula puede darse de forma gradual y escalonada, lo que permite que el adulto referente de ese ambiente pueda ir acompañando cada uno de los procesos.

También es importante considerar que en este planteo de “período de adaptación” el tiempo del acompañamiento no es de uno o dos días, sino que se intenta lo más posible que el tiempo se adapte a la necesidad del niño/a de ser acompañado hasta sentirse seguro/a en este nuevo entorno en el que estará un buen número de horas. Este período puede ser desde algunos días (que es bastante excepcional en niños/as de menos de 3 años) hasta varios meses. Obviamente esto dependerá de cada niño/a, de su proceso madurativo y de su momento vital. También de otras circunstancias como si tiene hermanos/as mayores que ya van a la escuela, si tiene experiencias previas de escolarización, si acaba de nacer un hermanito, etc.

Hablamos aquí de un ideal, que sería la situación en la que los padres y madres pudieran acompañar al niño/a, pero también es interesante estar abierto a que si los padres no pueden realizar este acompañamiento por razones laborales por ejemplo, que pueda venir otro adulto de la familia o algún cuidador conocido para el niño/a y con el cual ya tiene un vínculo construido y seguro.
 

El período de adaptación transcurre así, como un tiempo de conocimiento mutuo y de construcción de la confianza necesaria entre la familia y la escuela.

Lo ideal entonces es que este tiempo sea flexible y no estipulado de antemano como algo rígido, tendría que durar el lapso de tiempo que el niño/a necesite para la construcción de un vínculo mínimamente seguro con su adulto referente en ese nuevo espacio. Y es importante aclarar que esto no tiene absolutamente nada que ver con el niño o la niña llore o no llore al momento de separarse de sus padres.

Este proceso es complejo, no- lineal, y no siempre es fácil o claro para los adultos. Algunas veces son los padres los que no están preparados para marchar y el niño/a también responde a este deseo inconsciente de los padres de que él no les deje marchar todavía. Es difícil en estos momentos diferenciar lo que pertenece al sentir de los padres y lo que forma parte del sentir del niño/a.
 

En el proceso de la adaptación el educador acompaña el proceso del niño y la niña, así como también el del padre o la madre.

Lo que sí considero importantísimo es dejar de pensar el período de adaptación a la escuela únicamente como una progresión en el número de horas que el niño/a asiste al centro escolar. Personalmente considero que esto no es una adaptación que respeta y valora el sentimiento de confianza y seguridad que el niño necesita para crecer y desarrollarse, que respeta los afectos más profundos, sino más bien una resignación progresiva… primero me resigno una hora, luego dos, luego tres y luego la jornada que me impongan, ya que ningún niño/a sostendrá el llanto durante 6 o 7 horas cada día.

Y sí que es verdad que los niños/as dejan de llorar… ningún niño/a estará llorando las 6 o 7 horas que pueda llegar a estar en la escuela y seguramente habrá muchos momentos en estas horas, en las que se lo pasará bien, reirá, jugará, compartirá experiencias con otros niños, niñas y con los adultos… pero esto no quiere decir que esté adaptado desde un lugar interno de confianza y seguridad, sino más bien puede indicarnos que el parar de llorar responde a un sentimiento de resignación pautado por su instinto de supervivencia.

De esta manera no estamos favoreciendo la construcción del vínculo del niño/a con su adulto de referencia en ese espacio a partir del deseo o el placer compartido, sino a partir de su instinto de supervivencia … si sus padres ya no están necesitará apoyarse en el adulto que tenga más cerca, pero por necesidad y con una emoción de base de abandono, miedo y resignación generalmente, no con una base de apertura y deseo por relacionarse.
 

¿Con quién dejamos al niño en un tipo de adaptación que se reduce a cantidad de tiempo que aumenta progresivamente pero que separa al niño desde el inicio de sus padres? ¿Con un adulto que todavía no conoce ni tiene confianza? ¿Con 25 niños más?

Un niño/a puede sentir que le dejamos solo y esto emocionalmente es su realidad, él todavía no está vinculado a estas 26 personas que le rodean, por lo tanto, es como si estuviera solo afectivamente hablando.

Este sentimiento ellos lo nombran literalmente así “no me dejes solo aquí”… esto muestra cuál es su sentir en esos momentos y podemos pensar que sí existen otras maneras de comenzar la experiencia de la escolarización.

No son tan complejas ni difíciles de poner en marcha.

Necesitamos escuchar nuestra propia sensibilidad como adultos y también es verdad que necesitamos o bien modificar parte de las condiciones materiales que nos ofrece la escuela pública en cuanto a los recursos humanos disponibles o poner muchísima creatividad a la hora de administrar los recursos con los que contamos o que podamos crear.

Lo importante aquí es construir proyectos educativos que cada vez más respondan a la necesidad y al derecho de los niños y niñas a vivir experiencias seguras y confiables emocionalmente también en la escuela. Esto contribuirá a que se desarrollen personas respetuosas de sí mismas, de los otros y de su entorno porque esto es lo que habrán recibido tanto de su entorno familiar como de su entorno escolar.